Gaia, en la mitología griega, es la diosa de la tierra, rebautizada como Gea por los romanos. La presente exposición GAIA, ESTRAGO ECOLÓGICO, es una llamada de alerta para evitar la amenaza que pesa sobre nuestro planeta ante la destrucción progresiva de los ecosistemas.

La naturaleza nunca transgrede sus propias leyes”. Leonardo da Vinci

Paisaje, cultura y poder: los inicios de una preocupación ecológica.

En 1969 el investigador británico James Lovelock asombró al mundo científico con la sorprendente teoría de considerar la tierra como un ser vivo “creador de su propio hábitat”. A esta teoría se le dio el nombre de Gaia en honor a la diosa de la tierra. Sin embargo, poco se imaginó que algunas décadas más tarde la naturaleza “espejo donde se mira la civilización” (1) se convertiría a finales del siglo XX en un problema real. La progresiva invasión de la naturaleza por la civilización explica, en la actualidad, la preocupación de muchos artistas a la hora de producir un arte que ofrezca alguna solución a los problemas que aquejan al mundo contemporáneo. Naturaleza y paisaje son parte del discurso cultural mediante el cual cuestionan el discurso del poder y su incidencia en la sociedad al abordar problemas tales como la superpoblación, los desechos, los vertederos tóxicos, los cambios de clima y los cambios en la manera de vivir, que a su vez inciden en la descomposición del paisaje.

A finales de la década de 1960, bajo la noción de que el progreso había destruido el paisaje, los artistas llegaron a la conclusión de que todo aquello que había permanecido a salvo, debería ser cuidado y preservado como una obra de arte. Junto con el nacimiento de los Happenings y los Performances, algunos artistas conceptuales sentaron las bases de un precedente liberador al concederle a la tierra un valor protagónico de manera que pudiera apoderarse del espacio abierto y crear un nuevo tipo de arte sin necesidad de estar sometido al encierro forzado de las galerías. El Earth Art y el Land Art se convirtieron, por consiguiente, en una forma de trabajar dentro y a través del paisaje frente a la tradicional evocación poética de la naturaleza propia de la pintura o de la fotografía. La tierra como arte y como objeto de arte permitió llevar a cabo una serie de relaciones con el mundo externo y asimismo reintroducir los rituales sagrados de tiempos ancestrales dentro de la sociedad moderna a través de las acciones plásticas y los performances. Asimismo, estos trabajos permitieron involucrar diferentes medios como la televisión, el videoarte y la fotografía, para documentar proyectos artísticos que adquieren un carácter multidiscipinario.

Si en la década de 1960 se inicia el nacimiento de una conciencia ecológica y un discurso artístico medio-ambiental, en el siglo XXI el arte posee un sentido más amplio y se convierte en un llamado de atención con la finalidad de establecer condiciones más humanas y saludables, a través de un arte público que explora nuevos estilos de vida presentando nuevas propuestas para salvar la tierra. GAIA no se regenera tan fácilmente por mucha capacidad de auto-regeneración que se le haya otorgado, especialmente, cuando el ser humano ha sido el causante del calentamiento global y de daños irreparables en los ecosistemas. La escasez de agua comienza a ser una amenaza y posiblemente en un futuro no muy lejano llegue a convertirse en motivo de guerra. Igualmente, la preservación de las especies del reino vegetal y animal será uno de los temas donde se centrarán las acciones o intervenciones artísticas construyendo obras sobre la naturaleza y con la naturaleza.

Los artistas y sus obras.

La lógica interna de la exposición responde al ordenamiento de las distintas obras según los medios utilizados por el artista y abarca desde los materiales naturales y los medios tradicionales como la pintura, el grabado y la fotografía, hasta las instalaciones y las imágenes digitales. Mediante su uso, el talento creativo del artista produce un arte significativo que permite múltiples asociaciones e interpretaciones.

Decir que el arte es una ventana abierta al mundo puede parecer una frase trillada. Sin embargo, esa ventana abierta a una reflexión sobre nuestro hábitat está implícita en la obra de Rolando Castellón, quien trabaja con materiales naturales para construir todo un sistema de metáforas como una forma de percibir la realidad. Las ramas de un árbol de pochote, cundidas de espinas, conforman el marco real de un discurso narrativo que pudiera traducirse en la autodefensa de la naturaleza ante los excesos de la sociedad post-industrial. Una escultura elemental se convierte en un texto social, político y artístico que admite múltiples interpretaciones y recontextualizaciones. A partir de la materia, Rodrigo González consigue superficies altamente significativas y texturadas, llenas de asociaciones múltiples a la hora de representar lo intangible como los restos de humedad traducidos en colores terrosos donde aún quedan vestigios de vida. Igualmente, Porfirio García Romano, Teresa Codina, Cristina Cuadra y Mauricio Mejía oscilan entre fragmentos literales de la tierra o representaciones de un paisaje indiferenciado e imaginario para reafirmar el mundo de la materia viva.

Dentro de los medios tradicionales, sobresalen los aguafuertes de Alicia Zamora, el linograbado de Carlos Barberena, la serigrafía de David Ocón y la pintura de Jean Marc Calvet. A través de la apropiación de un tema clásico, Barberena hace referencia a la contaminación ambiental; Calvet con sus criaturas, tipo graffiti, alude a la depredación constante; Ocón aprovecha una rama de jícaro, estampada en un soporte poco habitual (una camiseta colgada en una percha), para que el arte actúe como un medio comunicacional, utilitario y masivo; Zamora presenta la tierra como una maternidad en forma de un fósil orgánico, mientras que la espiral, signo de vida, abre sus puertas a la esperanza. El testimonio del documento fotográfico está presente en la obra de Róger Solórzano, Christine Chevalier y Helen Dixon en un afán de rescatar y preservar la naturaleza, mientras que Celeste González retrocede al período cámbrico, para presentar metafóricamente el sueño de una utopía a través de Rodinia, un enorme continente que se formó hace millones de años, cuando no existían los seres humanos.

La instalación de Luis Morales, con bolsas de agua, es un grito de alerta, una premonición y un pregón. Fuentes de agua que se extinguen, venta de agua en los semáforos, bolsas plásticas que se convierten en basura y contaminan el espacio urbano, muestran la co-existencia entre los desechos y lo hermoso, a través del discurso estético.

El mundo de la tecnología está presente en las impresiones digitales de Patricia Villalobos, Raúl Quintanilla y Oscar García a la hora de resaltar las contradicciones entre el paisaje natural y el paisaje urbano, amenazado continuamente por los desastres naturales o por los rótulos que lo ocultan y destruyen para presentar la dicotomía entre naturaleza y cultura dentro de la jungla computarizada de la sociedad contemporánea. Norbert Bertrand Barbe recurre al fotomontaje y a la electro edición, para configurar un “tableau” didáctico a través de los referentes cinematográficos (The Constant Gardener) y el diseño ornamental de alfabetos y monogramas, que conforman el título de la obra. Alejandro Flores se apropia de la dramática pintura de Goya, “Saturno devorando a sus hijos”, y mediante el diseño digital la transforma en un alegato humorístico, al estilo duchampiano (Goyagaiagallo), contra el ser humano que devora su hábitat. Por último, Rodrigo Peñalba utiliza imágenes de bombas -misiles de alcance medio- para evidenciar su múltiple carácter destructor: vidas humanas, ciudades devastadas, ecosistemas en peligro de extinción, y los abusos de poder ocasionados por la codicia capitalista que –según el propio artista- “asegura nuevas riquezas por la fuerza”.

Epílogo. “Cada acto es una obra de arte”. Joseph Beuys (1921-1986).

Sobrepasar la barrera entre Arte y Vida forma parte del espíritu de esta exposición donde la obra va acompañada por la acción de sembrar árboles, al igual que hiciera Beuys en la Documenta 7 de Kassel, celebrada en 1982. Esta acción, aunque tardó cinco años en completarse, “transformó el panorama visual de la ciudad de Kassel(2). No necesariamente se necesitan los 7000 robles que Beuys se propuso plantar, pero sí es necesario el ejemplo de su espíritu y fuerza de voluntad para que la naturaleza se revitalice aunque los bloques de basalto no formen parte del proyecto actual.

Lejos de la función estéril del “arte por el arte”, la acción artística se convierte en una forma de cuestionar el medio sociocultural y revitalizar nuestro entorno natural recreando el espacio para que el espectador pase a formar parte del proceso creativo a través de su sensibilidad estética y de su interpretación personal.

Dra. María Dolores G. Torres

Historiadora de Arte

Notas.

1. Santiago B. Olmo. Desde el paisaje. Revista LAPIZ, 145.

2. Ernesto Menéndez Conde. Beuys y los 7000 robles. Puente ecfrático. http://gerrypinturavisual.blogspot.com/2009/02/buys-y-los-7000-robles-por-ernesto.html